miércoles, 9 de marzo de 2011

Lluvia de barro

Me cogió por sorpresa. Una lluvia casi opaca; barro vomitado desde las tripas de unas nubes  inmundas que me manchaba la ropa y ensuciaba el pelo.  La porquería que toda aquella ciudad escupía al cielo era devuelta sobre los transeúntes en forma de mejunje apestoso de color desagradable.  A los pocos minutos, una fina capa de lodo cubría gran parte de mi escuálido cuerpo.  La gente era catapultada en todas direcciones por un instinto animal de supervivencia en busca de un cobijo mejor que el que acabasen de abandonar, yo, simplemente, seguía andando arrastrando los pies bajo mi escudo impenetrable de mierda urbana.  Me quedé solo caminando por una de las aceras más transitadas de aquel hormiguero donde solía existir.  Empezaron a mirarme desde sus inseguros refugios.  Sin percatarme, me había convertido en el bufón de la corte; una corte de caras burlescas que me seguían con ojos desdeñados que no eran más que mascaras hipócritas que algún día se quebrarán.  Y entonces ni ellos mismos sabrán quienes eran ni qué son ahora. La mía también perecerá, por supuesto, y con ella, muy probablemente, cesará la lluvia de barro.  Y seguirá sin salir el sol.   

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